Julio Ramón Ribeyro, el cuentista flaco pegado a un cigarro



Julio Ramón Ribeyro, el cuentista flaco pegado a un cigarro

Por Gabriela García La Tercera, 26 de Marzo de 2011

Un hombre busca restos de colillas en los bordes del Sena. En sus bolsillos, vacíos como los de un espantapájaros, sólo hay un puñado de fósforos con los que un flaco Julio Ramón Ribeyro prende nicotina al invierno de París. Corren los años 50, y el escritor peruano se ve obligado a vender sus libros de Balzac y Flaubert para pagar un piso con ventana hacia la calle. De esa precariedad, donde vagan los derrotados, así como de ceniza y vino tinto, está hecha la obra de quien revive en las librerías gracias a una nueva edición de sus cuentos completos y narrativa breve. Publicada por Seix Barral con el título La palabra del mudo, según el crítico Julio Ortega "si el Perú desapareciera, éste podría ser reconstruido, gracias a estos relatos que quedan entre Chejov y Maupassant". Nacido el 31 de agosto de 1929 en un barrio limeño de clase media, si Ribeyro es considerado una de las mejores plumas de Latinoamérica, esto en gran parte se debe a "ese 3% que la ciencia le deja al milagro", dice a La Tercera su amigo Alfredo Bryce Echenique. "Eso fue lo que me dijo textual el médico que operó a Julio Ramón por un cáncer al esófago con metástasis en 1973. Y es que cuando tenía 40 años, lo dejaron en un apartado de vidrio empañado en que se solía dejar a los muertos para que se los llevaran ya", explica el autor de Un mundo para Julius sobre una vida marcada por el infortunio.

Ausente por tiempo indefinido

Silencioso, melancólico y escéptico, el peruano que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1983 escribió como si de niño estuviera viviendo los créditos de su propia tragedia. Así es cómo reza uno de los personajes de La palabra del mudo: "Se deslizó por el mundo inadvertidamente, como una gota de lluvia en medio de la tormenta". Titulado La vida gris, con ese texto Ribeyro debutó en la literatura en 1948, en la revista Correo Bolivariano. Rescatado ahora en la reedición junto con su primer libro, Los gallinazos sin plumas (1955), y su autobiografía Sólo para fumadores (1987), ese relato lo escribió cuando estudiaba Derecho, carrera en que lo matriculó su madre para que sacara de la ruina a la familia que acababa de enterrar al padre. Sin embargo, en 1952 una beca le permitió embarcarse a Europa y dedicarse a lo que verdaderamente le gustaba. "A pesar de lo que se piensa y dice del desorden con que escribía, fumando, bebiendo o cargando o las tres cosas a la vez, Julio Ramón fue un escritor genuino y lleno de ideas y proyectos", afirma Bryce sobre el coterráneo con el que selló una hermandad en París. Fue un día cualquiera que Ribeyro se apareció en su casa buscando una cámara de fotos para registrar a su hijo que estaba por nacer. Como Bryce no tenía máquina, se pasaron la tarde andando, comiendo y bebiendo pisco, vino y agua ardiente en los bares donde Atahualpa Yupanqui dormía la siesta o Hemingway, en otra época, mataba la resaca. Las horas se volvieron días y el hijo que tuvo con su esposa Alida Cordero nació sin él. "Era un hombre flaco con una tremenda expresión de despiste, como si hubiera llegado por la puerta de servicio y anduviera en busca siempre de una puerta de escape", lo recuerda Bryce.

Sufrir para crear

Conserje, junior y reciclador de periódicos primero, luego periodista en France Presse, consejero cultural y embajador ante Unesco a fines de los 80, Ribeyro hizo de todo para sobrevivir mientras producía cuentos, ensayos y obras de teatro. Devorador de libros epistolares, entre lo mejor de su producción están Prosas apátridas y su diario La tentación del fracaso.

"El conformismo está tan arraigado en mí que me puedo acostumbrar a todo, incluso a la felicidad", confesaba el tipo solitario que Ortega recuerda "elegante aún en la pobreza". "Tenía el don de la palabra justa y de la fábula", dice.

Pero no tuvo la misma trascendencia para su contemporáneo Mario Vargas Llosa. Aunque fueron amigos durante 30 años y llegaron a compartir un departamento en París, el autor de La ciudad y los perros no le perdonó a Ribeyro la simpatía que éste tuvo con el presidente y general revolucionario Juan Velasco Alvarado. Ribeyro respondió diciendo que el Vargas Llosa de Conversación en La Catedral no era tan universal o que su amigo se había subido al carro de la celebridad."Había una tendencia a imponer su voz, a escuchar menos, a interrumpir", escribió en sus diarios sobre el almuerzo que tuvieron en 1971.

En 1993 Vargas Llosa lo retrató aún peor. En sus memorias El pez en el agua acusó a Ribeyro de acomodarse en los sucesivos gobiernos para no perder su cargo diplomático en Unesco. El capítulo se llamó El intelectual barato y produjo una fractura irreparable entre ambos. Ribeyro, esta vez, no contestó."Consideraba que sería una contienda desigual ya que Vargas Llosa, tenía acceso a los medios de comunicación y siempre tendría un público más amplio", revela el crítico de Ribeyro, Jorge Coaguila.

Alérgico a las entrevistas, según Bryce su pasión por el cuento por sobre la novela y su carácter huraño, lo marginaron del boom. Pero algunos escritores peruanos, como el entonces estudiante Coaguila, pudieron entrar en su departamento de Barranco y romper su hermetismo. "Recibir el atardecer con una copa de vino tinto, escuchando boleros, frente al mar, conversando sin protocolo es algo que no olvido. Su interés por personajes mediocres que sufren un chasco es una marca registrada. En sus libros no hay vencedores", recuerda Coaguila, quien hoy prepara una antología con su correspondencia. "Anda a mi departamento. Si estoy te abro, si no, es porque estoy muerto", decía Ribeyro cuando lo instaban a salir. En los 90 el cáncer volvía feroz, pero él, salvo cinco años de abstinencia, "no podía escribir sin tabaco", cuenta Coaguila. "Siempre es necesaria una dosis de sufrimiento para poder crear", señaló Ribeyro en 1994 a la TV peruana cuando parecía salvarse otra vez. Había ganado el Premio Iberoamericano Juan Rulfo y el galardón podía sacarlo de la penumbra. "Tenía ese estoicismo del que hace de la renuncia un estilo de vida. Pero cuando lo premiaron, lo primero que hizo fue visitar Nueva York. Hizo como hubiese hecho un personaje de sus cuentos, renunció a seguir renunciando, y se dio el gusto de ese último viaje", agrega Ortega. Dos meses después de anunciado el premio, el 4 de diciembre, cuando sus amigos lo fueron a buscar para la ceremonia, la puerta de su casa simplemente no se abrió. Ribeyro esta vez viajaba en un féretro rumbo al cementerio Jardines de la Paz , en Lima, con una de Marlboro en la solapa. Tenía 65 años. Su sombra se quedó murmurando en el Sena.

En busca de los diarios perdidos de Julio Ramón Ribeyro




En busca de los diarios perdidos de Julio Ramón Ribeyro

Por Diego Zuñiga H.
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 27 de Marzo de 2011

En esa habitación hay estanterías repletas de libros. Y de cuadernos. Y de archivadores. En esa habitación, Julio Ramón Ribeyro escribió cuentos, partes de sus novelas, diarios, muchas páginas de sus diarios. De los que aparecen en La tentación del fracaso -que los recopila desde 1950 hasta 1978-, pero también de los que aún permanecen inéditos. Diarios acerca de su vida en París y sus distintos viajes por Alemania, Bélgica o España, como también de sus regresos a Lima.

En esa habitación, en distintos momentos, dos jóvenes escritores vivieron la misma experiencia casi epifánica: un día, en los años ochenta, Ribeyro los dejó entrar y les mostró sus diarios cuando aún no pensaba en publicarlos. Ambos jóvenes escritores -Santiago Gamboa ( El síndrome de Ulises ) y Guillermo Niño de Guzmán ( Caballos de medianoche )- ingresaron a la habitación y vieron lo mismo: las estanterías repletas de libros y en una parte de éstas -en el estante más cercano al piso-, cuadernos, muchos cuadernos y archivadores con los diarios de vida de Julio Ramón Ribeyro.

Niño de Guzmán cuenta: "Toda la tarde me dejó hojearlos al azar, a mi voluntad, y me encontré con pasajes memorables". Y Gamboa cuenta: "Me senté en el suelo y los empecé a ver. Cosas a mano, hojas de hoteles, diarios pasados a máquina; algo extraordinario".

Según Gamboa, había 4 mil hojas. Según Alfredo Bryce Echenique -amigo entrañable de Ribeyro y quien también leyó, alguna vez, sus diarios antes de que los publicaran-, eran más de 50 cuadernos y carpetas. Según Jaime Campodónico, el editor que publicó los primeros tomos de La tentación del fracaso (en Perú se editó en tres volúmenes), había material para publicar entre siete y nueve tomos más. Es decir, muchas, pero muchas más páginas que las 704 que contiene La tentación del fracaso .

Esta historia es sobre esas páginas: las que quedaron inéditas, las que están guardadas en un banco en París, pues, como apuntan varios amigos y editores de Ribeyro, Alida Cordero -su viuda- no las ha querido publicar. Esas que van desde 1979 hasta 1994 -año en el que fallece el peruano-, justo cuando había ganado el Premio Juan Rulfo y su obra comenzaba a ser reconocida.

¿Qué pasó con los diarios?

A partir de cierto momento, la historia de Julio Ramón Ribeyro se confunde con la historia de sus libros. Leer La tentación del fracaso o La palabra del mudo -sus cuentos completos- parecieran ser la mejor muestra de que vida y obra, acá, se fundieron casi completamente. Porque leer un cuento como "Solo para fumadores" -una apología del acto de fumar y, de paso, un retrato de los años cuando operaron a Ribeyro, dos veces, de cáncer- o revisar cualquier página de sus diarios, resulta, a ratos, el mismo ejercicio.

"Sólo faltaba eso: me tienen que operar. El médico me habló de una úlcera subcardial que ha cicatrizado mal y me obstruye el esófago (...). Ya no queda otra opción: voy al matadero", anota, en su diario, el 4 de enero de 1973. Y en "Sólo para fumadores" escribe: "Me desperté siete horas más tarde cortado como una res y cosido como una muñeca de trapo (...). Prefiero no recordar las semanas que pasé en el hospital alimentado por la vena y luego por la boca con papillas que me daban en cucharitas".

Quizás por eso La tentación del fracaso es un libro tan importante. Porque explica parte de la obra de Ribeyro -que, por supuesto, también se puede leer sin las claves autobiográficas-, pero además porque es uno de los diarios de escritores más deslumbrantes de los que se pueda tener memoria.

En la introducción del diario, Ribeyro anuncia que serán diez o doce volúmenes los que compondrán este libro -sólo alcanzó a publicar los primeros tres-, lo que deja en el aire todo ese material inédito. ¿Qué pasó con esos diarios?

"Yo los vi. El acuerdo que tenía con Julio Ramón, era que yo publicara todos los diarios", cuenta Campodónico. Esto ocurrió a principios de los noventa, cuando Ribeyro decidió trasladar todo su material inédito desde París a Lima y no imaginaba que aquellos años serían los últimos de su vida.

Los sobrinos de Ribeyro

La tentación del fracaso no sólo es una acumulación de hechos autobiográficos, sino más bien un libro que deambula, sin problemas, por los caminos del ensayo y el aforismo. Ribeyro habla de su vida y de sus amigos peruanos perdidos en París, pero también reflexiona acerca de la obra de sus contemporáneos (elogia La ciudad y los perros , de Vargas Llosa, como también Un mundo para Julius, de Bryce Echenique), sobre el ejercicio de leer y de escribir ("La gran admiración que nos despierta un escritor se nota no tanto en que nos impone la lectura de su obra, sino la lectura de sus lecturas preferidas") y sobre su propia figura de autor: "Escritor discreto, tímido, laborioso, honesto, ejemplar, marginal, intimista, pulcro, lúcido: he allí alguno de los calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor", anota en 1976.

Sin embargo, su obra sí alcanzó a tener reconocimiento mientras él vivió, como cuenta Bryce Echenique: "Siempre fue un hombre muy seguro de lo genuino de su escritura y que nunca buscó la moda. Se mantuvo fiel a lo que él era, y tal vez por eso y porque su obra fue fundamentalmente cuentística, quedó fuera del llamado boom latinoamericano, aunque era muy respetado por estos escritores. Voy a citar a dos que cuando me conocieron me pidieron por favor que les presentara a Ribeyro: uno fue Julio Cortázar y el otro fue Juan Rulfo. Los dos lo habían leído, y se los presenté porque tenían una admiración ciega por Julio Ramón".

Pero, sin duda, fue durante sus últimos años en Lima, a partir de 1990, cuando Ribeyro vivió con mayor certeza el reconocimiento de su obra. Jorge Coaguila, experto ribeyriano y autor de ensayos y entrevistas al autor, lo conoció en aquel tiempo y recuerda el mítico lanzamiento del tomo 4 de La palabra del mudo, cuando el lugar se repletó: "Había muchas expectativas, porque no publicaba cuentos desde 1978 y ya para muchos era el mejor cuentista peruano de todos los tiempos. Entre las cosas que ocurrieron ese día, un sobrino suyo quiso entrar al auditorio y le dijo a un guardia: 'Yo soy sobrino de Ribeyro, quiero pasar'. Y éste le respondió: 'Lo mismo me han dicho muchos, así que no lo puedo dejar entrar. Son demasiados sobrinos'".

Los años finales

Para muchos amigos de Ribeyro, estos años en Perú fueron los más felices de su vida. "Durante ese tiempo no lo vi, porque yo estaba en Francia, pero sé que recibió todo el amor del mundo, bebió -como siempre, moderadamente-, fumó y estuvo rodeado de amigos escritores, todos jóvenes, quienes lo admiraban profundamente", cuenta Bryce Echenique. Son los años, también, en que recibe el Premio Juan Rulfo y viaja, por primera vez, a Nueva York, donde comenzaría el final de su historia. Allá se enfermó y regresó a Lima, donde fue hospitalizado para no salir más. Son, justamente, esos años los que están registrados en los diarios inéditos y que Ribeyro, cuando se estaba muriendo, decidió que su hermano Juan Antonio los buscara y los guardara. "Le dijo a su hermano que se los llevara a su casa, porque no quería que los diarios quedaran a la deriva. Confiaba en que él pudiera publicarlos, pero a la muerte de Julio Ramón, Alida se dio cuenta de que faltaban los diarios y pidió que se los entregaran", cuenta Lucy Ipenza, viuda del hermano de Ribeyro, quien alcanzó a leer los diarios, mientras los tuvo, pero prefiere no hablar acerca de su contenido.

Luego de eso, los diarios regresaron a París -están en un banco-, donde vive actualmente Alida Cordero y en quien recae la responsabilidad, según los entrevistados de esta historia, de que aún esos diarios permanezcan inéditos.

El heredero de Ribeyro

A Alida le molesta que piensen que los últimos años de Ribeyro fueron los más felices de su vida. "Son tonterías. Fue feliz cuando nos casamos, fue feliz cuando tuvo a su hijo. Tuvo amantes en Lima, pero eso no es sólo la felicidad, sino no hubiera regresado (durante los noventa, Ribeyro volvió un par de veces a París). Una cosa es estar en un trabajo y tener responsabilidades, y otra es quedarse de vacaciones sin ninguna responsabilidad aparte de escribir", explica Alida acerca de los años en Lima, cuando él sólo se dedicaba a la literatura. El hijo que ambos tuvieron y que se llama igual que Ribeyro, agrega: "Recuerdo que tuvo años muy felices en París. Pero es cierto, el hecho de dejar de trabajar y de volver a su patria, yo creo que lo puso muy alegre".

Él -que es director de fotografía- es el heredero directo de la obra de Julio Ramón Ribeyro. Sin embargo, es Alida quien ha manejado las publicaciones después de la muerte del peruano. Al plantearle la pregunta de por qué no ha querido publicar los diarios inéditos, ella explica en primera instancia: "No sé si hay un gran interés de parte de las editoriales. A éstas les interesa que el autor esté vivo. El día que encuentre una gran editorial que me certifique una distribución íntegra, tendrán como premio el segundo tomo de La tentación del fracaso ". Y Julio Ramón hijo, añade: "Es un trabajo muy delicado, porque mi padre corregía las cosas y no sé hasta qué punto las últimas partes del diario fueron revisadas. Sería un trabajo que habría que hacer con mucha seriedad y con mucho cuidado".

Además de este detalle de la corrección, Julio Ramón menciona otro: "No sé si una vez que se ha muerto un autor, haya que publicar todos sus borradores, porque supongo que había cosas que no le gustaban y las sacaba. Entonces no es una decisión cualquiera". Su madre concuerda con esta opinión, aunque confiesa que no cierra, completamente, la posibilidad de que se publiquen y así se cumpla, de alguna forma, con la dedicatoria que le escribió Ribeyro a Jaime Campodónico en la primera página de un ejemplar de La tentación del fracaso : "Este es el primer tomo y quiero que cumplas con editar los 10 siguientes. Un abrazo, Julio Ramón".